¡Hola! ¿llegaste aquí por casualidad o buscando otra cosa? Eso es una serendipia. Espero que te enamores y que nos sigamos encontrando. Hoy quería hablaros de la importancia de vivir el presente y el aprendizaje de una atención plena.
Hay un momento en la vida en el que uno se da cuenta de que el tiempo es más que un recurso que se agota. La vida llena de prisas hace que esta experiencia, sea un flujo constante que, a menudo, dejamos pasar sin ser conscientes de su magnitud. Y nos vemos en medio de las prisas del día a día, de los compromisos y las expectativas. De un tiempo para acá y gracias a mi práctica regular de yoga me acerco un poco más a una verdad que a veces resulta difícil de asimilar: la vida ocurre en el presente. No en el pasado, que ya no está, ni en el futuro, que aún no llega, sino en el aquí y ahora.
Sin querer darnos cuenta vivimos atrapados en los “después”, pensando que todo será mejor “cuando termine tal o cual proyecto” o podemos llegar a pensar que “después de resolver algún inconveniente, seré feliz”. Pero la realidad es que tras los después, el sosiego nunca llega o siempre viene cargado de otras preocupaciones, retos, dejando el anhelo de satisfacción en un estado perpetuo de espera.
En mi búsqueda, comencé a explorar la idea de la atención plena con una práctica de mindfulness o meditación diaria. La atención plena no es más que la práctica de estar presente, de ser consciente de cada momento tal como es, sin juicios ni distracciones. Es un concepto que, aunque sencillo en teoría, resulta desafiante en la práctica. Estamos tan habituados a la multitarea, a la planificación constante, que olvidamos cómo es simplemente ser.
En el libro <<La paz está en tu interior>> de Thich Nhat Hanh podemos encontrar meditaciones que llevan a experimentar con la atención plena en los momentos más cotidianos: al beber una taza de café, al caminar, al conversar con un amigo. Con su práctica, he estado notando cambios, cuando realmente me enfocaba en lo que estaba haciendo, sin dejar que mi mente vagara hacia las preocupaciones o los pendientes. El café tenía un sabor más profundo, el aire en mis caminatas se sentía más fresco, y las conversaciones se volvían más significativas. Era como si la vida, que siempre había estado ahí, se revelara con una intensidad nueva.
Pero más allá de estas experiencias sensoriales, lo que más me impactó fue cómo la atención plena ha comenzado a transformar mi percepción de la satisfacción personal. En lugar de buscar la felicidad en un futuro incierto, he empezado a encontrar pequeños destellos de alegría en el presente. Y aunque estos momentos no resuelven mágicamente todos mis problemas, sí me dan una sensación de bienestar más real, menos dependiente de lo que podría o no ocurrir.
La atención plena me está enseñando que la satisfacción no es un destino, sino un estado de ser. No se trata de alcanzar un ideal perfecto, sino de aceptar y apreciar lo que es, con sus luces y sombras. Al trabajar el estar presente, aprendes a aceptar las emociones sin luchar contra ellas, a abrazar la incertidumbre sin dejar que te paralice.
Si nos damos cuenta la insatisfacción proviene de la resistencia al presente. Queremos que las cosas sean diferentes, que el momento actual se ajuste a nuestras expectativas. Pero la atención plena ayuda a soltar esa resistencia, a abrirme a lo que es, a lo que ocurre, sin intentar forzarlo a ser algo más.
Esta tarea no es fácil, es sencillo caer de nuevo en viejos patrones de preocupación y anticipación. Pero cuando recuerdo volver al presente, encuentro una paz que, aunque fugaz, es profundamente real.
La vida, en su esencia, es una colección de momentos. Si aprendemos a vivir cada uno de ellos con una conciencia plena descubrimos que la satisfacción no está en lo que esperamos lograr, sino en lo que ya tenemos: en este instante, en esta respiración, en este latido, que sí cuenta.
¡Feliz semana!
Lola Maestra
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