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Serendipia 5 · Síndrome

<<Es la creencia, profundamente arraigada, de que no somos tan competentes como los demás creen, y que, en cualquier momento, seremos descubiertas como un fraude>>

Síndrome

Llevo disfraz cuando hablo de lo que sé

Cuando escribo sobre temas que me apasionan

Y no me desdigo aun teniendo erratas

Cuando mi voz habla alto y claro, sin miedos y sin dudas

Pero no me atreví a decir antes, por miedo a parecerte experta de nada, impostora

Que no sabe porque no tiene

Que no sabe porque no tuvo

Que no sabe porque puede que no tenga

Llevo disfraz cuando hablo de lo que sé 

Impostora

Es un domingo cualquiera por la mañana, y me encuentro en mi habitación. Me he levantado muy temprano, demasiado temprano, como cuando tu cuerpo está acostumbrado al despertador. Esta atmósfera es el escenario perfecto para la introspección, para enfrentar esos pensamientos que, a menudo, susurran en mi mente, tan persistentes: no eres valiosa.

Me pica la curiosidad y me pongo a buscar sobre el tema. Este fenómeno, tan común entre las mujeres de todas las edades y profesiones, y también en hombres (aunque en menor proporción), es una sombra que oscurece nuestros logros y mina nuestra autoestima. Es la creencia, profundamente arraigada, de que no somos tan competentes como los demás creen, y que, en cualquier momento, seremos descubiertas como un fraude. Es el síndrome de la impostora. En mi caso, por mis experiencias con la dislexia podría considerarse que pudiera estar justificado esa falta de amor, de autoestima y de falta de confianza. Aunque no todas las personas con dislexia viven las dificultades de la misma forma –ya que depende, de los recursos sociales, escolares y familiares–, seguramente habrá alguien que me lea y tenga experiencias en las que le habrán dicho «a ti te cuesta más», «eres torpe», «eres despistado» o «vago». Todo esto habrá podido generar sensaciones de frustración, de incomprensión, de culpabilidad e incluso de miedo a ser juzgado en la niñez, las cuales pueden extrapolarse a la vida adulta, a que se descubra que «eres tonto»; probablemente, por el estigma social en la infancia. Y este, es mi caso.

Si, yo también lo siento. En la nuca, en todo mi cuerpo cuando enfrento una nueva situación. Es esa sensación de que no deberían tomarme en serio. Esa falta de confianza en mí misma, en mis capacidades, me persigue desde pequeña y no ha cambiado con el tiempo, no, es inamovible. A pesar de los éxistos conseguidos, de todo lo superado, está ahí, imperturbable. Según he estado leyendo y de forma muy resumida, está relacionada con la falta de confianza, pero sobre todo he encontrado que afecta a personas que han llegado a tener un gran éxito en diversos aspectos de sus vidas, que no es que sea mi caso, lo que me hace sentir más impostora todavía.

En muchas ocasiones este temor me ha paralizado.  Tras un trabajo arduo de investigación, en una exposición, revisando cada detalle, asegurándome de que todo estuviera perfecto. Sin embargo, en el momento crucial, cuando debería haberme sentido orgullosa por mi esfuerzo, solo podía pensar en lo poco preparada que estaba, en los errores que seguramente había pasado por alto, en la posibilidad de que descubrieran que no era tan inteligente ni capaz como aparentaba. Esa sensación de ser una impostora me invadió, robándome la satisfacción de mi propio éxito.

El síndrome de la impostora afecta a mujeres (y hombres) que, a pesar de sus logros, se sienten atrapadas en una red de dudas y autocrítica. Es irónico, y a la vez doloroso, ver cómo nuestras mentes pueden convertirse en nuestras peores enemigas, desestimando nuestros méritos y amplificando nuestras inseguridades.

El síndrome de la impostora no discrimina; afecta a mujeres de todas las profesiones y niveles de experiencia. La curiosidad por el tema me hizo adquirir el libro “El síndrome de la impostora” de Elisabeth Cadoche y Anne de Montarlot (muy buena lectura para el verano, por cierto) y en él he podido leer que afecta a personas que a pesar de haber tenido éxito (familiar o laboral) se sienten de menos en determinadas situaciones sociales, a científicas que cuestionan la validez de sus investigaciones, a artistas que dudan de su talento, o ejecutivas que minimizan sus capacidades de liderazgo. Este fenómeno, está influenciado por las expectativas sociales y los estereotipos de género, y vincula la idea de que no somos suficientes, que no merecemos nuestro éxito.

Pero, ¿cómo podríamos combatirlo? La respuesta no es sencilla, pero he encontrado algunas ideas que quizás a ti también te sirvan. Lo principal, que además es crucial, es reconocer y nombrar el síndrome de la impostora. Al darle su nombre, le quitamos parte de su poder. De esta forma podemos empezar a ver esta falta de confianza no como una verdad inherente sobre nosotras mismas, sino como un patrón de pensamiento, influenciado por nuestras experiencias y educación, al que podemos desafiar.

Hablar sobre nuestras experiencias también es importante. Cuando compartimos nuestras dudas y miedos con personas de confianza podemos ver que no estamos solas, que otras personas enfrentan las mismas luchas. En este acto de vulnerabilidad, encontramos fortaleza y solidaridad.

Otro aspecto fundamental es la autoafirmación y el reconocimiento de nuestros logros, siendo esta una herramienta más que poderosa, ya que nos ayuda a recordar nuestra valía y a construirnos de manera más positiva. Además, celebrar nuestras victorias, en lugar de minimizarlas, es un paso hacia el amor propio, la confianza en nuestras capacidades y la autoaceptación.

Finalmente, buscar apoyo profesional puede ser un recurso más que necesario. La terapia siempre nos ofrece estrategias para gestionar nuestras emociones, regularlas y reestructurar nuestros pensamientos. A través de ella, podemos aprender a ser más compasivas con nosotras mismas y a abrazar nuestras imperfecciones.

En esta mañana calurosa del verano del 24, mientras reflexiono sobre mis experiencias, me doy cuenta de que no es una batalla en la que pueda ganar de forma definitiva, sino que es un proceso continuo de autodescubrimiento y autoaceptación. Es aprender a vernos a nosotras mismas con los mismos ojos de admiración y respeto con los que vemos a las demás. Y, sobre todo, es reconocer que, aunque la sombra de la impostura pueda acompañarnos, no define quienes somos ni lo que somos capaces de lograr.

Como dijo Charles Pepin, pienso… no soy, me estoy construyendo, me digo. Confía en lo que puedes convertirte. Somos más fuertes y valiosas de lo que a veces creemos. Y esa verdad, así como la reconstrucción y construcción continua, aunque a veces difícil de aceptar, es la que debemos llevar en el corazón.

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